PARCIAL 1
Ensayo sobre la conciencia ética en el ámbito familiar, profesional e investigativo
ALUMNO:
SERGIO IVAN RODRIGUEZ CARMONA
SEDE
UNIVERSIDAD DEL GOLFO DE MÉXICO, CAMPUS TIERRA BALNCA.
08 FEBRERO 2009
Introducción.
Para dar inicio al presente escrito, es necesario resaltar que, para poder hablar de ética en el ámbito familiar, profesional e investigativo, es necesario partir de la consideración del terreno y contexto que rodea a esta temática, siendo ésta el producto de una visión humana propia de un espacio, tiempo y condiciones sociales que le rodean.
Partiendo de lo antes expuesto, se hace mención que el principal objetivo de este ensayo radica en provocar en el lector un análisis y reflexión sobre las condiciones socioculturales que caracterizan nuestra sociedad actual y que han representado una serie de retos y problemáticas en torno a la manera en que se establecen las relaciones humanas, y por ende a los parámetros axiológicos que regulan a las mismas. En específico, a través de este breve trabajo, se plantea como punto central del análisis uno de los aspectos sociales que han marcado la vivencia ética dentro de las relaciones humanas, desde el ámbito privado (personal-familiar) hasta el ámbito público (social-político) en nuestra época de fines del siglo XX y el inicio del siglo XXI: la globalización:
La globalización, contexto sociocultural que rodea la dinámica de las relaciones humanas contemporáneas.
La globalización es uno de los fenómenos más importantes que ha marcado a la sociedad contemporánea; fenómeno que se genera por los adelantos a nivel de telecomunicaciones, y que han marcado de manera sin precedentes, la forma de intercambio económico, comercial, político y cultural entre las diferentes naciones del mundo.
Al estudiar este fenómeno, se requiere de considerar el impacto que este tiene tanto a nivel “microsocial” (familia, amigos, trabajo, escuela, etc.) así como el efecto a nivel “macrosocial” (tratados internacionales, intercambios comerciales, eventos culturales internacionales, etc.); para entonces poner sobre la mesa el gran cuestionamiento de, si, las sociedades y los individuos están preparados para enfrentar y manejar de manera positiva, todos estos cambios, que con rapidez van invadiendo cada espacio de su vida, y que llevan a compartir un solo escenario a grupos e individuos con características culturales, raciales, espirituales e históricas muy diferentes, que les llevan a tener, por ende, una manera muy distinta de concebir y entender el mundo, lo cual dificulta sobremanera el establecimiento de relaciones humanas positivas cuando no se tiene la capacidad de comprensión y tolerancia hacia esas diferencias.
Cabe mencionar que este fenómeno de la globalización se desarrolla en un mundo que ya lleva una tendencia ideológica, fruto de su propio sistema de organización socioeconómica, y que se caracteriza por la llamada “cultura del individualismo”.
Esta ideología que, como se mencionó anteriormente, caracteriza al modelo socioeconómico que rige la mayoría de los países del mundo, tiene como “valor” fundamental el desarrollo del individuo, por encima del desarrollo colectivo; lo que ha ido orillando a las personas (así como a las naciones) a concentrarse en sí mismos, aislándose de los “otros”, y limitando con ello la posibilidad de abrirse a una relación empática y tolerante que le permita la comprensión auténtica del otro. En otras palabras, esta cultura del individuo fomenta el pensamiento tanto egocéntrico, como etnocéntrico y sociocéntrico (Morín E. 1999), es decir, como todo fenómeno ideológico de carácter social, permea desde el espacio individual, hasta el espacio público.
Si bien es cierto, con el avance en las telecomunicaciones, se ha posibilitado el contacto y “acercamiento” entre personas u organizaciones que pueden estar literalmente del otro lado del mundo; también es cierto que, vivimos en una “gran aldea de solitarios”, donde cada persona, organización o país se encuentra ensimismado, encerrado en su propia concepción del mundo o la realidad, lo que limita su capacidad de apertura y acercamiento asertivo con “el otro”. Bien puede observarse cómo esta incapacidad de comprensión se traduce, dentro de varios contextos y grupos sociales, en una discriminación hacia lo diferente.
Hablar de discriminación, nos lleva a tocar un fenómeno psicosocial de gran trascendencia y que se encuentra muy ligado a ella; los “prejuicios”.
Los prejuicios son, como su nombre lo indica, juicios que una persona o grupo social se forma “antes de” entrar en contacto y conocer al fenómeno o ente en cuestión; y que marca grandemente la conducta que habrá de presentar ante él mismo (Mayers, D. 1997). Puede decirse a grandes rasgos que el prejuicio es el elemento cognitivo que alimenta la conducta discriminatoria.
Como puede apreciarse el prejuicio se alimenta principalmente de la ignorancia, de la incapacidad o resistencia a tener un contacto auténtico con el “otro” desconocido, lo que despierta por lo general “el miedo a lo diferente”; y como es sabido, el miedo es un sentimiento que lleva a los seres a tomar una conducta defensiva, que nos retrae hacia adentro y levanta una gran muralla hacia el exterior.
Ante esta condición psicosocial que predomina en una cultura individualista es que se desarrolla este gran fenómeno de la globalización, y “de golpe” las personas y sociedades tan diferentes entre sí, se encuentran cara a cara acercadas por los nuevos medios de “comunicación”, sin haber realizado un cambio ideológico que les facilite la apertura hacia lo exterior.
Ante el miedo, la falta de comprensión y de respeto a la diversidad, los grupos dominantes han impuesto su visión e ideología como la única válida, limitando el desarrollo de aquellos pueblos y naciones con perspectivas diferentes; condicionando así la generación de nuevas ideas y desacreditando aquello que lo cuestione. Esta forma de pensamiento condicionante, limitado y reduccionista va mermando la capacidad de crítica y la creatividad en las personas, representando esto un obstáculo para el desarrollo de la sociedad humana.
Así es como paradójicamente, se defiende a la globalización, como el movimiento mundial que abre fronteras y que permite a los individuos y naciones el libre intercambio de ideas; siendo que en la realidad cotidiana, se aprecian los recelos, discriminación e intolerancia a todo aquello que no comparta la ideología dominante.
Ensayo sobre la conciencia ética en el ámbito familiar, profesional e investigativo
ALUMNO:
SERGIO IVAN RODRIGUEZ CARMONA
SEDE
UNIVERSIDAD DEL GOLFO DE MÉXICO, CAMPUS TIERRA BALNCA.
08 FEBRERO 2009
Introducción.
Para dar inicio al presente escrito, es necesario resaltar que, para poder hablar de ética en el ámbito familiar, profesional e investigativo, es necesario partir de la consideración del terreno y contexto que rodea a esta temática, siendo ésta el producto de una visión humana propia de un espacio, tiempo y condiciones sociales que le rodean.
Partiendo de lo antes expuesto, se hace mención que el principal objetivo de este ensayo radica en provocar en el lector un análisis y reflexión sobre las condiciones socioculturales que caracterizan nuestra sociedad actual y que han representado una serie de retos y problemáticas en torno a la manera en que se establecen las relaciones humanas, y por ende a los parámetros axiológicos que regulan a las mismas. En específico, a través de este breve trabajo, se plantea como punto central del análisis uno de los aspectos sociales que han marcado la vivencia ética dentro de las relaciones humanas, desde el ámbito privado (personal-familiar) hasta el ámbito público (social-político) en nuestra época de fines del siglo XX y el inicio del siglo XXI: la globalización:
La globalización, contexto sociocultural que rodea la dinámica de las relaciones humanas contemporáneas.
La globalización es uno de los fenómenos más importantes que ha marcado a la sociedad contemporánea; fenómeno que se genera por los adelantos a nivel de telecomunicaciones, y que han marcado de manera sin precedentes, la forma de intercambio económico, comercial, político y cultural entre las diferentes naciones del mundo.
Al estudiar este fenómeno, se requiere de considerar el impacto que este tiene tanto a nivel “microsocial” (familia, amigos, trabajo, escuela, etc.) así como el efecto a nivel “macrosocial” (tratados internacionales, intercambios comerciales, eventos culturales internacionales, etc.); para entonces poner sobre la mesa el gran cuestionamiento de, si, las sociedades y los individuos están preparados para enfrentar y manejar de manera positiva, todos estos cambios, que con rapidez van invadiendo cada espacio de su vida, y que llevan a compartir un solo escenario a grupos e individuos con características culturales, raciales, espirituales e históricas muy diferentes, que les llevan a tener, por ende, una manera muy distinta de concebir y entender el mundo, lo cual dificulta sobremanera el establecimiento de relaciones humanas positivas cuando no se tiene la capacidad de comprensión y tolerancia hacia esas diferencias.
Cabe mencionar que este fenómeno de la globalización se desarrolla en un mundo que ya lleva una tendencia ideológica, fruto de su propio sistema de organización socioeconómica, y que se caracteriza por la llamada “cultura del individualismo”.
Esta ideología que, como se mencionó anteriormente, caracteriza al modelo socioeconómico que rige la mayoría de los países del mundo, tiene como “valor” fundamental el desarrollo del individuo, por encima del desarrollo colectivo; lo que ha ido orillando a las personas (así como a las naciones) a concentrarse en sí mismos, aislándose de los “otros”, y limitando con ello la posibilidad de abrirse a una relación empática y tolerante que le permita la comprensión auténtica del otro. En otras palabras, esta cultura del individuo fomenta el pensamiento tanto egocéntrico, como etnocéntrico y sociocéntrico (Morín E. 1999), es decir, como todo fenómeno ideológico de carácter social, permea desde el espacio individual, hasta el espacio público.
Si bien es cierto, con el avance en las telecomunicaciones, se ha posibilitado el contacto y “acercamiento” entre personas u organizaciones que pueden estar literalmente del otro lado del mundo; también es cierto que, vivimos en una “gran aldea de solitarios”, donde cada persona, organización o país se encuentra ensimismado, encerrado en su propia concepción del mundo o la realidad, lo que limita su capacidad de apertura y acercamiento asertivo con “el otro”. Bien puede observarse cómo esta incapacidad de comprensión se traduce, dentro de varios contextos y grupos sociales, en una discriminación hacia lo diferente.
Hablar de discriminación, nos lleva a tocar un fenómeno psicosocial de gran trascendencia y que se encuentra muy ligado a ella; los “prejuicios”.
Los prejuicios son, como su nombre lo indica, juicios que una persona o grupo social se forma “antes de” entrar en contacto y conocer al fenómeno o ente en cuestión; y que marca grandemente la conducta que habrá de presentar ante él mismo (Mayers, D. 1997). Puede decirse a grandes rasgos que el prejuicio es el elemento cognitivo que alimenta la conducta discriminatoria.
Como puede apreciarse el prejuicio se alimenta principalmente de la ignorancia, de la incapacidad o resistencia a tener un contacto auténtico con el “otro” desconocido, lo que despierta por lo general “el miedo a lo diferente”; y como es sabido, el miedo es un sentimiento que lleva a los seres a tomar una conducta defensiva, que nos retrae hacia adentro y levanta una gran muralla hacia el exterior.
Ante esta condición psicosocial que predomina en una cultura individualista es que se desarrolla este gran fenómeno de la globalización, y “de golpe” las personas y sociedades tan diferentes entre sí, se encuentran cara a cara acercadas por los nuevos medios de “comunicación”, sin haber realizado un cambio ideológico que les facilite la apertura hacia lo exterior.
Ante el miedo, la falta de comprensión y de respeto a la diversidad, los grupos dominantes han impuesto su visión e ideología como la única válida, limitando el desarrollo de aquellos pueblos y naciones con perspectivas diferentes; condicionando así la generación de nuevas ideas y desacreditando aquello que lo cuestione. Esta forma de pensamiento condicionante, limitado y reduccionista va mermando la capacidad de crítica y la creatividad en las personas, representando esto un obstáculo para el desarrollo de la sociedad humana.
Así es como paradójicamente, se defiende a la globalización, como el movimiento mundial que abre fronteras y que permite a los individuos y naciones el libre intercambio de ideas; siendo que en la realidad cotidiana, se aprecian los recelos, discriminación e intolerancia a todo aquello que no comparta la ideología dominante.
Retos de la formación ética en el mundo globalizado.
Esta realidad pudiera apreciarse como lejana y ajena a la acción particular, sin embargo, hay que recordar que, a pesar de que la sociedad moldea a los individuos, son los individuos los que construyen y modifican las sociedades; es así, que todos aquellos que nos manejamos dentro de los terrenos de la educación tenemos un reto importante: contribuir a la preparación de las personas para enfrentar estos cambios mundiales.
El objetivo de este reto, representa la formación de nuevas generaciones con una visión más amplia, capaces de aperturarse a distintas formas de pensamiento, sin perder su propia identidad. Una nueva sociedad en la que haya igualdad en la diferencia.
Se ha hecho costumbre en padres y maestros el dirigir las acciones de sus educandos hacia lo que consideran válido o correcto, sin darles la posibilidad de cuestionar o comprender las razones que lo fundamentan; premiando la repetición de pensamientos y no la creación de nuevas ideas. Es así que uno de los primeros retos que implica este objetivo es el autocuestionamiento personal; la valoración de la capacidad de tolerancia y de apertura a lo diferente; de analizar qué tanto se fomenta la competencia insana dentro de los espacios educativos (familia, escuela), que favorece el desarrollo de un individualismo que daña y quebranta la solidaridad y la fraternidad. Es necesario tener siempre presente, que es la congruencia el elemento esencial en la educación en valores; si se quiere generar en aquellos a los que se educa una conciencia ética, se debe comenzar por cuestionar si él que educa la posee.
La conciencia ética, no es algo que se pueda generar por imposición; sino, que representa una convicción personal sobre lo que se realiza y se cree; implica la libertad de pensamiento; libertad que debe ejercerse con la responsabilidad que esta conlleva, el respeto a la libertad y tolerancia del otro.
Construir nuevos espacios educativos que fomenten esta libertad, basada en la tolerancia y en la equidad, facilitará el desenvolvimiento de seres creativos y comprensivos que coadyuven al avance humanizado de nuestra sociedad, construyendo así, un espacio incluyente que promueva el desarrollo humano integral.
Referencias.
Edgar Morín, “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, Correo de la UNESCO, 1999
Mayers, D.G. (1997). Psicología Social. 4ta. Edición. México, Mc Graw Hill.
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